Cree haberse rendido hace un par de publicaciones, aunque sigue tachando nombres y direcciones de la lista, sigue encajando negativas con la sonrisa imperturbable, la mirada fija, el discurso idéntico, sigue llamando a cada puerta ya sin la enérgica esperanza de las primeras semanas pero con la testarudez y el continuismo de cualquier acto mecánico. En muchas visitas ni siquiera le conceden tiempo suficiente para abrir la carpeta donde guarda el material: les preocupa más el pie de foto que la foto en sí, más quién la firma que el encuadre o la luz. Algún editor se interesa tierna, paternalmente, pero la economía está en pleno receso, ahora no tenemos sitio para alguien más en la plantilla, quizá más adelante, le avisaremos, no desespere, su trabajo es bueno, conseguirá abrirse camino. Endré, por las noches, arropado en el regazo de Gerda, se desata y le va haciendo partícipe de sus miedos, mostrándole su fragilidad se desnuda bajo la atenta mirada de esos ojos verde valle, se arranca las vísceras y se las entrega envueltas en papel de periódico. Fracaso, cansancio, desesperanza y frío son las palabras más comunes aquellos días de incipiente amor y sexualidad salvaje. Y pese a todo sigue convencido de que aquella chica respingona le va a resultar muy útil, aunque solo sea para abrazarle al final del día, después de unos cachitos de queso y algo de vino pésimo. Celia se deja caer poco por el cuarto últimamente, le dice algo después del orgasmo, mientras las piernas aún se agitan inquietas ahí abajo, se entrelazan, juegan, luchan, se buscan, se repelen y las manos aún acarician apaciguando el cuerpo, serenando el torrente de hormonas saltarinas. Discutieron porque para Celia es fundamental cogerse pronto un barco para cruzar el Atlántico y Gerda no soporta esa ausencia de compromiso, esa debilidad, ese temor, esa indiferencia, esa permisividad. Hay que hacer algo, le repite Gerda, pero para Celia cualquier acción implica huída, puesta a salvo, esconderse avestruzmente; Europa está al borde del abismo, no podemos exiliarnos del exilio, hay que luchar, nos necesitan aquí, le resume y le explica y le suplica. ¿Qué podemos hacer nosotras?: acabar en la cárcel o rodeadas de madera de pino, se defiende Celia y luego le insta: ven, vente conmigo, estás loca si te quedas, si se lo dices a Endré seguro que él nos acompaña, en América tendría más oportunidades, aquí no será capaz de vender una foto. Y eso hace saltar definitivamente a Gerda: insulta a Celia, la trata de cobarde, de alimaña, de pronazi incluso, pero lo que le duele en realidad es que haya mencionado el asunto-Endré: Gerda, enamorada de su trabajo, se ha propuesto convertirle en el mejor, en el más famoso y no permite voz alguna que disienta. Esa parte se la omite a Endré cuando le va contando los motivos y bajezas que acabaron con Celia comprando un billete de tercera para NY que sale el próximo domingo. La echaremos de menos, dice Endré justo antes de quedarse dormido o ya en el sueño mismo: Gerda se deshace de su abrazo pernil, se da la vuelta, se esquina todo lo posible, se aovilla, se arrebuja y sigue pergeñando planes de ataque para una venta fotográfica inminente.
lunes, 25 de febrero de 2008
Cuatro
Cree haberse rendido hace un par de publicaciones, aunque sigue tachando nombres y direcciones de la lista, sigue encajando negativas con la sonrisa imperturbable, la mirada fija, el discurso idéntico, sigue llamando a cada puerta ya sin la enérgica esperanza de las primeras semanas pero con la testarudez y el continuismo de cualquier acto mecánico. En muchas visitas ni siquiera le conceden tiempo suficiente para abrir la carpeta donde guarda el material: les preocupa más el pie de foto que la foto en sí, más quién la firma que el encuadre o la luz. Algún editor se interesa tierna, paternalmente, pero la economía está en pleno receso, ahora no tenemos sitio para alguien más en la plantilla, quizá más adelante, le avisaremos, no desespere, su trabajo es bueno, conseguirá abrirse camino. Endré, por las noches, arropado en el regazo de Gerda, se desata y le va haciendo partícipe de sus miedos, mostrándole su fragilidad se desnuda bajo la atenta mirada de esos ojos verde valle, se arranca las vísceras y se las entrega envueltas en papel de periódico. Fracaso, cansancio, desesperanza y frío son las palabras más comunes aquellos días de incipiente amor y sexualidad salvaje. Y pese a todo sigue convencido de que aquella chica respingona le va a resultar muy útil, aunque solo sea para abrazarle al final del día, después de unos cachitos de queso y algo de vino pésimo. Celia se deja caer poco por el cuarto últimamente, le dice algo después del orgasmo, mientras las piernas aún se agitan inquietas ahí abajo, se entrelazan, juegan, luchan, se buscan, se repelen y las manos aún acarician apaciguando el cuerpo, serenando el torrente de hormonas saltarinas. Discutieron porque para Celia es fundamental cogerse pronto un barco para cruzar el Atlántico y Gerda no soporta esa ausencia de compromiso, esa debilidad, ese temor, esa indiferencia, esa permisividad. Hay que hacer algo, le repite Gerda, pero para Celia cualquier acción implica huída, puesta a salvo, esconderse avestruzmente; Europa está al borde del abismo, no podemos exiliarnos del exilio, hay que luchar, nos necesitan aquí, le resume y le explica y le suplica. ¿Qué podemos hacer nosotras?: acabar en la cárcel o rodeadas de madera de pino, se defiende Celia y luego le insta: ven, vente conmigo, estás loca si te quedas, si se lo dices a Endré seguro que él nos acompaña, en América tendría más oportunidades, aquí no será capaz de vender una foto. Y eso hace saltar definitivamente a Gerda: insulta a Celia, la trata de cobarde, de alimaña, de pronazi incluso, pero lo que le duele en realidad es que haya mencionado el asunto-Endré: Gerda, enamorada de su trabajo, se ha propuesto convertirle en el mejor, en el más famoso y no permite voz alguna que disienta. Esa parte se la omite a Endré cuando le va contando los motivos y bajezas que acabaron con Celia comprando un billete de tercera para NY que sale el próximo domingo. La echaremos de menos, dice Endré justo antes de quedarse dormido o ya en el sueño mismo: Gerda se deshace de su abrazo pernil, se da la vuelta, se esquina todo lo posible, se aovilla, se arrebuja y sigue pergeñando planes de ataque para una venta fotográfica inminente.
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