Pero el tipo de la libretita de hule no aparece por ninguna parte y habrán pasado más de veinte minutos desde que se disculpó alegando urgencias intestinales y se alejó por la vereda. El piloto intenta recomponer la radio aunque Gerda le ve desganado o incapaz, pelando cables y efectuando empalmes de dudosa valía: no hace calor aún y Endré sigue comprobando el material con una minuciosidad casi filatélica, sentado en medio del camino, ajeno a todo: si desapareciera yo también, piensa ella, no me echaría en falta. Tiene unos tobillos perfectos, se dice Endré mientras limpia los objetivos con una gamuza diminuta, la sigue con el rabillo del ojo y sospecha que de un momento a otro buscará la pitillera y se pondrá a fumar compulsivamente, atacando el cigarrillo en cada calada con un algo de violencia o posesión o vicio: le encanta verla fumar y ya la está mirando abiertamente, aunque sus manos siguen limpiando inexistentes motas de polvo en lentes convexas, cuando en efecto Gerda se detiene al lado del piloto. Apenas han dejado de humear las cerillas en el suelo y ya charlan animadamente en sabe dios qué idioma, porque, que yo sepa, ésta de español más bien nada, por mucho internado en Sttutgart y mucha institutriz bávara, piensa Endré y es algo que ya ha pensado antes muchas veces, que hay un abismo estamental y económico y educacional que los separa y los separará siempre, que para ella el hambre es una sensación ociosa entre el desayuno y el almuerzo, sobre todo si ha mediado entre ambos una excursión campestre con chaleco blanco de hilo y falda tipo mantel picnic; y que quien no ha padecido esas penurias es incapaz de disfrutar con propiedad de un amanecer, o de un plato de sopa de caracoles en Boriav, no digamos ya de fotografiarlos: qué sabrá ella de obturadores, planos y revelados: es otro de sus caprichos y durará lo que uno cualquiera de sus amantes del barrio latino, pero mientras tanto ha conseguido traérsela hasta España con la promesa de enseñarle los entresijos de la profesión (la guerra es una bendición fotográfica, recuerda haberle dicho) y no han hecho más que salir del aparato y ya la tenemos desplegando sus encantos con el primero que diga para mí, en un claro en mitad de la nada y empieza a arrepentirse un poco de haberla traído, si pensaras menos con el trípode y más con la cámara, se reprocha. Un chisporroteo y un fogonazo interrumpen sus pensamientos repletos de celos y autocensura: parece que el piloto ha establecido contacto radiofónico y sonríe, ufano, mientras Gerda da saltitos de alegría infantil a su alrededor , bate las palmas y deja entrever una porción considerable de muslos con cada subir y bajar de vuelo de falda. Después de la celebración, Gerda se aleja un poco como cediéndole al piloto la intimidad necesaria para pedir ayuda y se acerca sin querer a Endré, que trata de ocultar cualquier asomo de euforia y sigue limpiando y puliendo, indiferente. Ambos oyen pero no entienden las explicaciones (eso le parecen a Endré desde el suelo, explicaciones, y lo ve en los ademanes y encogimientos y modulaciones de voz) que va dando el piloto, aunque quieren -o acaso más bien desean- verlas plagadas de precisos datos cartográficos.No temas, le dice, Jorge conoce perfectamente la orografía del lugar: nos encontrarán enseguida. Pero no dice Georg, ni siquiera George, no. Usa ya el español con un desparpajo insultante (pese al arrastre velar y otras imperfecciones fonéticas) y se siente tan orgullosa de sus progresos lingüísticos que lo va repitiendo en voz baja, Jorge, Jorge, Jorge, y le gusta cómo suena a la luz de lo que ya es sin duda una deliciosa mañana veraniega -en un par de horas les abrasará el calor, buscarán el refugio breve de unos cuantos árboles retorcidos, semidesnudos, como detenidos en un invierno interior; pero entre tanto la fortuna, el templado sol y la pericia de Jorge (Jorge, Jorge) obligan a sonreír, a tomarse un respiro entre tanto frente y tanto miliciano, a obviar el ceño fruncido y celoso de Endré-. Mientras busca otro pitillo trata de recordar si hoy es 28 de Julio y si ha metido su traje de baño en la maleta: sería ideal poder darse un chapuzón en alguna playita tranquila, si la rebelión fuera tan amable, y ¿dónde se habrá metido el tipo de la libretita?: enseguida vendrán a buscarlos y no pueden abandonarlo aquí: quizá Endré tenga que ir a buscarlo
lunes, 25 de febrero de 2008
Tres
Pero el tipo de la libretita de hule no aparece por ninguna parte y habrán pasado más de veinte minutos desde que se disculpó alegando urgencias intestinales y se alejó por la vereda. El piloto intenta recomponer la radio aunque Gerda le ve desganado o incapaz, pelando cables y efectuando empalmes de dudosa valía: no hace calor aún y Endré sigue comprobando el material con una minuciosidad casi filatélica, sentado en medio del camino, ajeno a todo: si desapareciera yo también, piensa ella, no me echaría en falta. Tiene unos tobillos perfectos, se dice Endré mientras limpia los objetivos con una gamuza diminuta, la sigue con el rabillo del ojo y sospecha que de un momento a otro buscará la pitillera y se pondrá a fumar compulsivamente, atacando el cigarrillo en cada calada con un algo de violencia o posesión o vicio: le encanta verla fumar y ya la está mirando abiertamente, aunque sus manos siguen limpiando inexistentes motas de polvo en lentes convexas, cuando en efecto Gerda se detiene al lado del piloto. Apenas han dejado de humear las cerillas en el suelo y ya charlan animadamente en sabe dios qué idioma, porque, que yo sepa, ésta de español más bien nada, por mucho internado en Sttutgart y mucha institutriz bávara, piensa Endré y es algo que ya ha pensado antes muchas veces, que hay un abismo estamental y económico y educacional que los separa y los separará siempre, que para ella el hambre es una sensación ociosa entre el desayuno y el almuerzo, sobre todo si ha mediado entre ambos una excursión campestre con chaleco blanco de hilo y falda tipo mantel picnic; y que quien no ha padecido esas penurias es incapaz de disfrutar con propiedad de un amanecer, o de un plato de sopa de caracoles en Boriav, no digamos ya de fotografiarlos: qué sabrá ella de obturadores, planos y revelados: es otro de sus caprichos y durará lo que uno cualquiera de sus amantes del barrio latino, pero mientras tanto ha conseguido traérsela hasta España con la promesa de enseñarle los entresijos de la profesión (la guerra es una bendición fotográfica, recuerda haberle dicho) y no han hecho más que salir del aparato y ya la tenemos desplegando sus encantos con el primero que diga para mí, en un claro en mitad de la nada y empieza a arrepentirse un poco de haberla traído, si pensaras menos con el trípode y más con la cámara, se reprocha. Un chisporroteo y un fogonazo interrumpen sus pensamientos repletos de celos y autocensura: parece que el piloto ha establecido contacto radiofónico y sonríe, ufano, mientras Gerda da saltitos de alegría infantil a su alrededor , bate las palmas y deja entrever una porción considerable de muslos con cada subir y bajar de vuelo de falda. Después de la celebración, Gerda se aleja un poco como cediéndole al piloto la intimidad necesaria para pedir ayuda y se acerca sin querer a Endré, que trata de ocultar cualquier asomo de euforia y sigue limpiando y puliendo, indiferente. Ambos oyen pero no entienden las explicaciones (eso le parecen a Endré desde el suelo, explicaciones, y lo ve en los ademanes y encogimientos y modulaciones de voz) que va dando el piloto, aunque quieren -o acaso más bien desean- verlas plagadas de precisos datos cartográficos.No temas, le dice, Jorge conoce perfectamente la orografía del lugar: nos encontrarán enseguida. Pero no dice Georg, ni siquiera George, no. Usa ya el español con un desparpajo insultante (pese al arrastre velar y otras imperfecciones fonéticas) y se siente tan orgullosa de sus progresos lingüísticos que lo va repitiendo en voz baja, Jorge, Jorge, Jorge, y le gusta cómo suena a la luz de lo que ya es sin duda una deliciosa mañana veraniega -en un par de horas les abrasará el calor, buscarán el refugio breve de unos cuantos árboles retorcidos, semidesnudos, como detenidos en un invierno interior; pero entre tanto la fortuna, el templado sol y la pericia de Jorge (Jorge, Jorge) obligan a sonreír, a tomarse un respiro entre tanto frente y tanto miliciano, a obviar el ceño fruncido y celoso de Endré-. Mientras busca otro pitillo trata de recordar si hoy es 28 de Julio y si ha metido su traje de baño en la maleta: sería ideal poder darse un chapuzón en alguna playita tranquila, si la rebelión fuera tan amable, y ¿dónde se habrá metido el tipo de la libretita?: enseguida vendrán a buscarlos y no pueden abandonarlo aquí: quizá Endré tenga que ir a buscarlo
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